Puma durmiente



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Regresábamos de nuestro viaje cuando la furgoneta nos falló. No arrancaba. Al revisar el motor, la peor sospecha se confirmó: estaba gripado. Sin otra opción, la subimos a una grúa y la llevé al taller de un amigo, donde comenzamos el desmontaje en busca de la avería.
El diagnóstico fue desalentador. Un asiento de válvula se había desprendido de la culata, dañando un pistón. Al inspeccionar más a fondo, descubrimos que la culata tenía una grieta irreparable. No quedaba más remedio que una reconstrucción casi total: pistones nuevos, una culata completamente nueva y el bruñido de tres de los cuatro cilindros, mientras que el cuarto requirió una camisa nueva.
Cada tornillo oxidado y cada pieza incrustada con grasa acumulada por años se convirtió en un reto. El WD-40 fue nuestro mejor aliado, liberando lo imposible, limpiando lo inalcanzable y facilitando cada paso del montaje. Con paciencia, esfuerzo y una buena dosis de ingenio, logramos devolverle la vida al motor.
No fue solo una reparación; fue una batalla contra el tiempo y la mecánica. Pero al final, cuando la furgoneta volvió a rugir, supimos que todo había valido la pena.